martes, 30 de agosto de 2011

The other wall.

Me pasa, Diótima, que a veces me gustaría que no te hubieses ido. Mirá, no es que seas imprescindible, dejame ver si te lo puedo explicar. A veces cuando no me salen bien las palabras o cuando no puedo establecer un concepto, me pongo a pensar en el baño o mientras juego al Sudoku y llega la frase clave. Me baja como una oración que es crucial para el concepto, y mientras doy vueltas y vueltas a la oración, formando las oraciones previas o siguientes, me pongo a escribir. Y ahí sale todo enseguida. Cada palabra que escribo tiene una anterior y una posterior, y el concepto está firme en las palabras y en las oraciones, pero mi mente aún intenta comprenderlo.
No deberías haber partido, Diótima. ¿Cómo le explico a las nubes que te quiero sentir? Para vos es fácil, nunca sentiste la felicidad arder en tus pies, las ganas de saltar. Tal vez sí la sentiste, pero me duele igual. Ojalá lo hayas sentido, así me entendés. El tema es que por mucho que cueste, Diótima, a veces tenemos que entender que la oración cambia muchas veces el concepto de lo que intentamos decir, y eso es lo jodido. Porque ahora a vos se te cruzan los ojos y se te escapa la lengua intentando no enredarte tanto en este quilombo, y bueno, yo soy medio así.
Intento decir, Diótima, que no te extraño, pero me encantaría que estuvieses. Mi cuerpo siente tu olor en las sábanas limpias, con olor a hotel barato. A veces tu cónyuge me pone nerviosa, pero casi nunca. ¡Mirá si se va todo al carajo! No me importa, a veces entiendo mejor, te lo voy a intentar explicar. Nunca se va todo al carajo, quiero que todos lo sepan. Nunca se va, porque a la Liga de la Justicia no le ganás, pero también se muere Mr. Holmes. Hay que tener suerte, combinada con ese 47% de maldad. Esa capacidad de absorción increiblemente sociópata, que te permite ganar. Que te permite arruinar algo que funcionaba con el fin particular de funcionar, que sonreía con el fin de sonreír, que era feliz porque tenía que ser feliz, porque era su deber.
Y bueno, la historia marca todas las tragedias. Pero siempre lo dejamos ahí, nadie quiere contagiar sus sonrisas y así nuestro porcentaje empieza a crecer, y empezamos a luchar y casi no nos reconocemos. Porque en realidad, si estuvieras acá, yo ya tendría menor porcentaje. Pero a vos no te importa, porque ahora vos me juzgás porque te querés matar. Porque vos poco a poco entendés que la última Coca del mundo se la van a tomar en un rato y te tenés que despedir por siempre de su sabor. Ya no te va a acariciar la lengua con esa textura con la que tantas veces soñaste. Somos viciosos, y eso es peor aún. Porque ahora somos dos malditos trozos de carne que comienzan a mojar el piso, con la mirada altiva y la sonrisa demacrada. Ahora estamos jodidos.
Perdoname, Diótima, debí hacer algo, pero es difícil quererte. Es difícil retenterte y más difícil abrirte la puerta, pero la caballerosidad por sobre todas las cosas. Sos más que eso, pero no lo entendés, Diótima. Siempre soñé ser como los héroes de la ficción. Pienso que podríamos ser héroes por un día. Podríamos inventar eso para no esfumar-nos, me pregunto qué será. Estas cosas las sabías vos, ¿me ayudás? No me importa que estés lejos, Diótima. Ayudame igual. Ayudame y prometo ayudarte, aún no se formó la pared. Aún somos las dos mitades de un mismo país.

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